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«A veces te lastimas en el ring y en la vida», pero Marcela sigue de pie

Ella es un ejemplo más de que las mujeres pueden ganarse el respeto en la Lucha Libre

Mujer – luchadora. Dos palabras que tienen el mismo significado y el mismo fondo. Qué mujer no ha luchado por trascender, vivir, destacar. Van de la mano.

Marcela es un ejemplo de esto. Es luchadora profesional, sí, de esas que se suben al ring para buscar el aplauso, el reconocimiento, la gloria de vencer al rival, además de mantener a una familia y realizarse en el oficio, un oficio de hombres en el que ella ha logrado ganarse el respeto, tanto que hoy se le considera una estrella.

 

PRIMERA CAÍDA

No fue fácil… “pues qué es fácil en la vida”. La lucha comienza donde todas, en el hogar, donde se tuvo que vencer el primer obstáculo… “la familia”.

“Mi madre fue mamá soltera. Tenía otra educación, otras costumbres. Es de Ciudad Altamirano (en Guerrero). Allá educan a la mujer para tener hijos, para servir al marido, para atender la casa y yo no quería eso”.

Con todo y contra todos, hasta contra su principal aliada: “Ella tuvo la culpa, ella me llevaba a las luchas y de ahí me empiezo a involucrar y a luchar con mi mamá: ‘No quiero que seas luchadora… Eso es para hombres… Eso es de marimachas’, todo eso me decía. Llegamos a tal punto que me encerraba para que no fuera a entrenar, pero tenía el gusanito, así que me salía por la ventana y ¡ahí nos vemos! Ya después me regañaría, apenas tenía 14 años”.
SEGUNDA CAÍDA

Marcela ya llevaba ventaja. A regañadientes su madre se resignaba a que la profesión de su hija sería el pancracio, pasara lo que pasara. “Un vecino encontró dónde entrenar. Era el gimnasio Gloria, allá por Circunvalación y Ferrocarril de cintura.

Hablé con el profe, Francisco Villalobos, papá de Martha Villalobos y lo que me pidió desde el primer día fue: ‘Ganas, unos tenis, ropa para entrenar y te espero mañana’. Me tocó estar con hombres y me costó trabajo demostrarles que me quería ganar el lugar. No faltaban las habladas de… ‘Esa vieja a qué viene… A ver si es cierto que puede’”.

Y pudo, paso a paso, golpe a golpe, comenzó a demostrar que no era un pasatiempo: “Primero las maromas, los ejercicios, los brincos, después la caídas; vienen los trancazos, dar patadas. Los ejercicios eran rudos, me castigaban de más para ver si regresaba al día siguiente y sí, volvía a demostrar”.

 

Las diferencias entre los géneros pesaban, la fuerza de los hombres hacían que Marcela sufriera de más: “Lloraba, me daba pena porque nadie avanzaba si yo no podía,. Y seguían las habladas por eso: ‘vete a lavar trastes, quédate a barrer tu casa’ me gritaban, pero eso me motivaba y aprendí”.

Además, tuvo un ángel de la guarda, “mi maestro el profe Villalobos me ayudó mucho, era un gran ser humano. A veces me daba para mis libros, platicaba conmigo si estaba triste. En vez de pagarle él me daba dinero, me invitaba a comer”.

Y le dio su primera oportunidad: “ Me consiguió una lucha en Actopan, Hidalgo por el 85, antes del temblor… Fue un mano a mano con la Chacala y gané… Al final me dijo: ‘aprendiste bien’”.

Lo siguiente era comenzar a gnar nombre y dinero: “Conozco a Martha Villalobos, hija de don Francisco, me invita a la Empresa Mexicana de Lucha Libre”.

Ahí comenzó otra batalla: “En el 86 no dejaban entrar luchar a las mujeres al Distrito Federal. La Comisión no lo permitía. Pero hubo pláticas, demostramos hasta que logramos que nos abrieran las puertas”.

 

TERCERA CAÍDA

Pero dónde quedaba la vida personal. Los sentimientos, la persona… Marcela lo tuvo que descubrir también, a base de golpes. “Me enamoré. Sí, me enamoré y a los 17 años quedé embarazada. Tuve que retirarme un año para tener y cuidar a mi hijo”.

La lucha y la maternidad no se llevaban, hasta cierto punto. “Estando tan joven, no sabes si es tu hijo o tu juguete. No sabía”.

Ya no había dinero por luchar, “pero el bebé come, así que me puse a trabajar como comerciante en El Carmen, Tepito, pero también me preparo otra vez para regresar al cuadrilátero. A veces tenía que cargar con mi hijo.

Llevaba la maleta de un lado y la pañalera del otro. Acaba la función y con los muchachos regresábamos en el camión de paso. Me lo llevaba a las Arenas y se lo dejaba a mis compañeros con la mamila. Ellos me decían: ‘sólo dale su mamila y vete a luchar’.

El niño con tal de estar con su madre se aguantaba. Lo dejaba a veces en el suelo, o a veces en la butaca y desde el ring le echaba un ojo. Lo logré, mi hijo me ayudó muchísimo y pude regresar, el Consejo Mundial de Lucha Libre me abrió las puertas”.

 

POR LA CABELLERA

Han pasado casi 30 años desde que Marcela se brincaba las ventanas para escaparse de su madre e ir a entrenar, desde su primera lucha con la Chacala, desde aquel enamoramiento que dio como fruto un hijo.

Hoy es una figura de la lucha libre mexicana, pero antes que nada, una mujer realizada: “La lucha libre me ha dado todo. Tengo dos hijo, ya grandes, les di estudios, preparación, estirando y jalando pero son gente de bien.

Estoy contenta en el Consejo Mundial de Lucha Libre, que ha creído en mí. Tengo la llave del mundo. He ido más de 40 veces a Japón, he estado en Estados Unidos, Nueva York, París, Guatemala, Panamá, en fin”.

Mujer – luchadora. Dos palabras que no significan lo mismo pero que son sinónimos.. “He logrado mis metas, hay altas y bajas. A veces te lastimas en el ring y en la vida, pero Marcela sigue de pie, lo importante es levantarse con más fuerza”.