Al Calor Deportivo

Los Fernández: Legado ostionero de Xalapa, impulsores del deporte

Por Julián Rodríguez 

 

 

“Cabrón, nosotros sufrimos un chingo, pues llegamos a San Bruno sin un peso, sin nada, incluso todos dormíamos a la intemperie, en el suelo todos botados”, dice Rafael Fernández Morales, al recordar cuando junto a sus padres y sus hermanos llegaron al popular barrio de Xalapa.

Durante un momento dibujó ese nostálgico pasado que nunca olvidó.

“Era muy chiquillo cuando llegamos a vivir allí; no había baño, ni puertas, ni nada, pero es bonito porque ahora le das el valor a todo y te das cuentas lo que cuesta ganarse las cosas, pero sobre todo que reconoces el esfuerzo que hicieron nuestros padres para sacarnos adelante”, dijo.

Fue en la década de los 50 cuando surgió la hoy reconocida familia Fernández Morales, conocidos en la capital y otros municipios como “Los Ostioneros”, una labor que data desde que su abuelo Ignacio Fernández instaló un puestecito afuera del Mercado “Jáuregui”.

“Mi abuelo fue quien inició esta actividad: realizaba viajes a La Mancha para traer el ostión. El traslado lo hacían en mulas y luego en una camioneta”.

El “Gordo”, como así le han dicho sus familiares de cariño recordó anécdotas de las que su abuelo es protagonista.

“Me contó que también fueron a Tamiahua, pero el camino era intransitable porque había sólo brechas, no podían transitar, por lo que lo hacían a orilla de playa, aunque cuando subía la marea se fregaban porque ya no podían pasar, debían esperar”, dijo.

Cuando Rafael creció se incorporó a la actividad laboral; el tiempo era oro por lo delicado del producto que transportaban.

«Una vez llegamos a Nautla, donde se pasaba en pangas. Llegué con el marisco y el ostión y lo tapábamos con palmas para que no le diera de lleno el sol porque se descomponía. Nos dijeron ‘en la noche pasan’, pero se llegó y no pasamos, según al otro día lo haríamos, pero tampoco y cuando nos regresamos por huachinango, el marisco ya no servía, ya nada más llegamos a botarlo; eran como seis toneladas”.

Con el correr de los años la venta de ostión y camarón en cocteles eran todo un éxito, pero cuando mejor les iba llegaron los obstáculos, pues el lugar que hoy ocupan (Tamborrell número 5) no era de ellos, pertenecía a una señora de nombre Elena Sarquiz, quien les pidió el local porque se lo iba a vender a los Chedraui.

“Un día vi que mi mamá (Inocencia Morales) estaba llorando y le pregunté qué pasaba y me dijo que ya la señora le había pedido que desocuparan”.

“Déjame que hable con ella” fue la respuesta que le dio el “Gordo”.

Tras una larga plática, Rafael Fernández convenció a la dueña que le vendieran la casa y aunque tardó alrededor de 5 años para cubrir la deuda, por fin lo logró.

“Tuve que vender camiones de volteo que tenía, coches y terrenos, pero de la noche a la mañana doña Elena le subió al precio que habían pactado y cuando fuimos a firmar con el notario pensaba hasta cuándo terminaríamos de pagar”, dijo.

Sin embargo, poco a poco su fama alcanzó alturas insospechadas, ya que no sólo se dedicaban a la venta de los cocteles, sino también a la repartición del marisco.

“Como ya teníamos un camión con cabida para 10 toneladas hacíamos entregas por toda la zona como Cardel, Veracruz, Rinconada, Las Vigas, Perote y Coatepec”.

Además, fueron los primeros en llegar a lugares fuera de Veracruz, como Tabasco y lugares circunvecinos.

“Luego entramos a Tabasco, a La Ceiba, el Bellote, como todo eso era virgen casi nadie sacaba el marisco, fuimos los primeros en explotar el lugar, pero luego los lugareños hicieron una cooperativa y empezaron a comercializar”.

Los Fernández en el deporte

La familia ha sido piedra angular en el deporte xalapeño al patrocinar equipos de futbol y beisbol y, aunque en todos hubo satisfacciones, fue en el llamado “rey de los deportes” en el que lograron la mejor de sus hazañas.

“Había un poderoso equipo de nombre SSIBC que patrocinaba Armando Florescano. Tenía una novena de lujo, plagada de estrellas, multicampeona, que le había ganado al Águila de Veracruz y a los Diablos Rojos del México, contaba en su róster con puro jugador de Liga Mexicana, todos pagados, y nosotros teníamos un equipo de remendados, lleno de peloteros amateurs, del llano, pero con mucho corazón”, recordó.

Tras una larga y difícil campaña ambos equipos llegaron a la final enfrentándose en el primer juego en el “diamante” del Parque Deportivo Colón, donde pese a la diferencia de “calidad” sacaron una ajustada victoria de 10-9”.

Para el siguiente encuentro los del Sistema de Seguridad Inter Bancario y Comercial decidieron que se jugara en San Bruno, ya que suponían que sus jugadores la sacarían fácil del campo.

“Les gustaba allí porque la botaban fácil, de cinco a seis jonrones pegaban, pero me traje a un pitcher, hijo de Eliseo Garza, quien jugó en Liga Mexicana, y los blanqueó, les ganamos 8-0, incluso una señora que presenció el juego dijo esta frase: ‘cuando el indio canta el tecolote muere’, dejando a Florescano triste, derrotado y hasta llorando”.

Sin duda la historia de la familia Fernández Morales es única, significativa y especial, que surgió de la nada, que empezó de ceros, pero por su incansable lucha alcanzó esa gloria a la que pocos pueden llegar.

Las bases sólidas donde edificaron todo eso fueron sus abuelos, pero sus padres Luis Fernández e Inocencia Morales le dieron continuidad, de hecho, doña “Chencita” nunca olvidó de dónde surgió, de sus raíces humildes, y la bondad fue siempre parte de ella al grado que nunca le negó un taco a cualquier persona que se le acercaba, tebia un corazón tan grande que no le cabía en el pecho.

Hoy la familia Fernández Morales compuesta por Rafael, Guadalupe, Ignacio, Luis, Elizabeth, María Luisa, Julio César y Humberto ya es leyenda, no sólo por ser los primeros en su rubro, sino por ser ejemplo de constancia, perseverancia y entrega, pero sobre todo porque que todos fueron cortados con una misma tijera: la de la bondad, el altruismo y la amistad.