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El oro le llegó después de un cabezazo

Es el 26 de octubre de 1968, afuera de la Arena México hay 20 mil personas que se quedaron imposibilitadas de ver la final...

CIUDAD DE MÉXICO, junio 26 (EL UNIVERSAL).- Es el 26 de octubre de 1968, afuera de la Arena México hay 20 mil personas que se quedaron imposibilitadas de ver la final del torneo de boxeo de los Juegos Olímpicos. En el interior del recinto de la colonia Doctores la multitud goza. No es para menos, Ricardo Delgado se colgó la primera medalla de oro para nuestro país.

Si Antonio Roldán quería ser protagonista de esa noche y no parte del reparto, tenía que igualar lo que horas antes consiguió Delgado. Se anuncia el combate entre el mexicano y el estadounidense Alfred Robinson, un pugilista de color que parecía tallado a mano en ébano por lo fino de su estampa y sus músculos marcados. Entra Antonio bajo el cobijo de 15 mil gargantas que gritan ¡Roldán, Roldán!

La mirada del capitalino se clava en la de Robinson. Meses antes lo derrotó en un certamen en Las Vegas y ahora lo quería hacer desde antes de la campanada inicial para bañarse en oro.

Al sonido de la campana Robinson se lanza, busca terminar las piernas del local. Sin embargo, Roldán hace caso a las indicaciones que Enrique Nowara le pide desde la esquina roja y baila con la cadera y se desplaza para evitar algún daño. Con menos de un minuto para el final del primer round, el estadounidense pierde toda distancia y entra con un cabezazo que provoca un corte entre la ceja y la sien, que bien podría imitar una herida con arma blanca. La sangre tiñe el rostro del mexicano, que con el guante toca la carne viva. Tiempo pedido por el réferi y al cuadrilátero ingresa el médico, que tras la revisión indica que Antonio Roldán no puede pelear más.

Desconcierto en toda la Arena México, que ahora abuchea mientras Robinson piensa que es dueño de la victoria, pero… Los jueces lo descalifican y dan la decisión técnica para el mexicano.
No fue la manera en que Antonio quería ganar, pero de igual manera está en los más alto con el himno nacional entonado por segunda ocasión en la noche y la bandera izada. Se asoman lágrimas en el ojo lastimado de Roldán.

Un día que quedó perpetuado en la vida de Antonio Roldán y en la historia de México, que tuvo en sus Juegos Olímpicos una cosecha de cuatro medallas en boxeo, dos de oro y un par de bronces, para convertir a esta disciplina en la más exitosa de aquella justa deportiva en la que nuestro país concluyó con nueve preseas.

Roldán continuó su andar en los encordados de paga, pero abandonó el deporte cinco años después de
su debut, para dedicarse a su negocio de artículos deportivos y a transmitir la gloria que alcanzó a las nuevas generaciones.