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Alfredo Avila, medallista de plata invierte medio millón al año
- Escrito el:: 29 julio, 2019

La pasión está por encima del negocio. Porque cuando no es futbol o beisbol
La pasión está por encima del negocio. Porque cuando no es futbol o beisbol —los deportes profesionales más populares en México—, los atletas hasta pagan por jugar…
Ese es el caso de Alfredo Ávila, quien por año invierte alrededor de 500 mil pesos, sólo para seguir dentro de su gran pasión, que es el squash. Se puede decir que la medalla de plata ganada en dobles mixtos junto a Diana García costó eso… Además de sangre, sudor y lágrimas.
Ávila —como la mayoría de los deportistas mexicanos—, fue impulsado por su padre para practicar este deporte, “claro, jugué otros más, pero la raqueta y yo somos uno mismo”.
Tanto son uno, que comen como si fueran dos…
—¿Cómo sobrevive un jugador de squash?
—Pues de apoyos, de sacar de aquí y de allá, dice el joven capitalino. “Algo de apoyo te lo da la Conade, pero el resto es mucho más personal, de la familia, amigos y patrocinadores, que no es tan fácil de encontrarlos, por eso los pocos que tenemos son muy valiosos… En el squash tenemos una gira como la ATP en el tenis. Son alrededor de 12 torneos al año y tenemos que estar en todos, o la mayoría, porque si no, pierdes ranking (Alfredo es 70 del mundo, al haber jugado diez torneos).
En una competencia que dura una semana, tiene gastos de 40 o 50 mil pesos, “y es difícil porque el squash no paga tanto, a veces uno sale descompensado, y en viajes en que gastas 50 o 60 mil pesos, apenas ganas 10 o 20 mil… Así está la cosa”.
Pero asegura, vale la pena: “A Malasia y Egipto (donde juegan los primeros del mundo), el puro boleto nos costó 35 mil pesos, además de hospedaje, comida y días que te quedes, porque debes llegar cinco días antes para aclimatarte… Recuerdo uno muy bien, fue en Malasia y Egipto, ahí gasté 120 mil pesos. Así que súmale, si jugamos 12 torneos, además de contratar médico, preparador físico y entrenador, son 500 mil pesos al año o más”.
Pero no se queja —o trata de no hacerlo—, todo sea por seguir esa pasión que nació del padre, al que le entregará como homenaje a su apoyo, una medalla panamericana.