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Violencia entre barras, presente como Huracán

Gritos, puñetazos y hasta patadas... la sangre tiñe rostros de hinchas que son consignados

El Universal

La sangre cubre casi la mitad del rostro de un joven “hincha” de los Tuzos. Dos policías lo escoltan rumbo a una ambulancia para que sea atendido, aunque queda en calidad de “detenido”.

El muchacho termina rendido, su resistencia es nula, luego de chocar con sus rivales azulcremas. Los doctores de inmediato cierran la puerta de su vehículo, mientras el alcohol y las gasas comienzan a hacer su aparición para curar las heridas.

Atrás del muchacho herido en un enfrentamiento entre barristas hidalguenses y americanistas, un cúmulo de agentes estatales tratan de replegar a la porra local que viene de los accesos por donde entra el grupo de animación visitante.

Algunas de las persecuciones surten efecto. La fuerza pública también le entra al intercambio de golpes. Incluso, llegan a darle uno que otro “recuerdito” a quienes ya tienen sometidos. Otros “hinchas” fingen demencia, caminan y se alejan de los efectivos. Se reúnen con otros y tratan de pasar inadvertidos, como si nada ocurriera.

Gritos, puñetazos y hasta patadas Los uniformados contienen, como pueden, a los rijosos que se dan cita al partido entre Pachuca y las Águilas de la jornada tres del Apertura 2015. Las patrullas tienen las sirenas encendidas y los doctores atienden a los descalabrados. La violencia rodea a otro partido del futbol mexicano, la plaga no da indicios de desaparecer.

“Ya por favor, yo apenas venía llegando de mi casa”, dice un chico de aproximadamente 20 años de edad quien es arrastrado por cuatro policías que se lo llevan a los vehículos de las autoridades.

Los “hombres del orden” le responden “sí, cómo no, si nada más vienes a echar tu desmadre”.

Otro pseudoaficionado ruega que no lo maltraten más de la cuenta. Señala que le duele la mano cuando lo colocan contra otra ambulancia que comienzan a ser cada vez más visibles en el feudo hidalguense.

Luego, aparecen los granaderos para encapsular a los fanáticos azulcremas en el Hidalgo.

Se les nota la tensa calma, cuando esos jóvenes y algunos ya no tanto comienzan a saltar, lanzar humo amarillo y azul de un autobús. Petardos suenan en las calles aledañas al coso tuzo.

Padres de familia tratan de resguardar a sus hijos ante la turba que poco a poco pierde su intensidad violenta. Los protegen mediante abrazos o de plano se acercan a sus automóviles para tratar de mantenerse ajenos al espectáculo de violencia que se suscita.

En las patrullas se notan que seguidores azulcremas terminan esposados y trasladados para determinar su situación jurídica.

A partir de entonces, la seguridad se endurece. Los policías desconfian de cada movimiento de los hinchas de ambos conjuntos.

Algunos de los comerciantes incluso hacen la mímica de los golpes soltados por los radicales. Miran al chico que tiene la mitad del rostro ensangrentado con incredulidad. Hasta las edecanes del juego se horrorizan. El nerviosismo es contagioso.

Los brotes de violencia entre “hinchadas” y policías quedan ahí como el preámbulo del Pachuca-América, justo en el estadio Hidalgo, lugar donde se importaron las barras argentinas por órdenes de Andrés Fassi, vicepresidente Deportivo de los Tuzos.